Olvidad por un instante la dulzura del inicio o la vibración de la sal. El amargo es un puerto distinto. Es el verde oscuro del ajenjo, es el blues de Robert Johnson, es la inquietud elegante de un atardecer que parece no terminar nunca. Es el gusto que llega al final, en esa famosa "V" invertida de nuestra lengua, para sellar la experiencia y determinar su duración en el recuerdo.
El amargo es el espejo de la incompletitud humana, pero es también una promesa de profundidad: es esa estela que el vino deja tras de sí para decirnos que, más allá del instante fugaz del sorbo, existe una huella imborrable de nuestro ser.
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Roberto Cipresso
Consultor enologo y autor. Experto en terroir y viticultura